Ahora que ya huele a crema solar, que las camisetas, las sandalias y la sensación del sol sobre la piel nos avisa de que ya ha llegado, no puedo dejar de acordarme de ese primer verano.
Recuerdo la bofetada que recibí cuando la preparadora pronunció esa frase que contenía sonoridades tan increíbles como VA-CA-CIO-NES e información tan terrible a la vez.
- Chicos, tenéis una semana de vacaciones. No os doy más porque luego cuesta volver a coger el ritmo.
Y llegó la bofetada! Todos los veranos de mi vida habían sido eternos, con tiempo hasta para aburrirse, hacerse mayor, saltar, viajar, nadar. Entre Junio y septiembre pasaba la vida por en medio.
- Me he ido de viaje, luego he ido a las fiestas del pueblo, volví, conocí a un chico, volví al pueblo, vino mi amiga de Oviedo unos días a casa, me fui un mes a Inglaterra a aprender inglés, tengo un vecino nuevo muy majo, me he quemado, me he pelado, me he vuelto a quemar, aguanto mucho más debajo del agua, me ha crecido el pelo, qué claro lo tengo, he engordado, tú has adelgazado... Esa era la retahíla de información inagotable con la que volvías el primer día de clase, como si hubiera que resumir una vida entera sin darle demasiada importancia, pero sin dejarte ni un solo detalle, ni una escapada, ni un salto.
Y después de toda una vida concentrada en los veranos llegó la semana, no fuera a ser que perdiéramos el ritmo. Y ahora que lo pienso, creo que era al revés, no fuera a ser que volviéramos a coger el ritmo de la vida, de los acontecimientos que te despeinan y te hacen sentir vivo.
En definitiva es lo que nos dieron, una semana, que mirado desde otra perspectiva, suponía todos los días libres de casi dos meses de estudio. Si teníamos un día libre a la semana, siete días de vacaciones eran una recompensa más que destacable.
En plena vorágine de la oposición se aprende a contarse a uno mismo las cosas para que el ánimo no decaiga: ¿Una semana de vacaciones? ¿Siete mañanas sin ponerse el despertador? ¿No cinco ni seis, sinó siete? ¡¡TOMA YA!!!
Y mi semana fue agotadora. Concentré todo lo que me había faltado en esos primeros diez meses de estudio, y me convertí en una consumidora de tiempo, sí, consumidora de tiempo, porque eso era lo que tenía que recuperar. Me ponía el despertador más pronto que cualquier otro día, porque cómo tomarme el lujo de quedarme dormida y perderme una mañana entera. Así que me levantaba prontísimo para arreglarme corriendo y huír del odiado pijama y el moño de la cabeza, desayunaba leyendo el periódico porque eso es lo que hace la gente con tiempo, me iba a primera hora a la playa, me bañaba, tomaba el sol y volvía a casa, quedaba con mis amigas, hacía sobremesa con mi familia, sí, hablar después de terminar de comer...impensable,¿verdad? Por las noches me tragaba cualquier cosa de la tele solo porque después no podría hacerlo, y en los ratos muertos me dio por hacer pulseras de hilo como una posesa. No había vuelto a hacerlas desde los doce años, pero lo que más me fascinó de esa tarea de elegir colores, hacer nudos y formas, era invertir media hora y obtener una pulsera.
Seguro que una de las cosas que más echáis de menos es lo de obtener resultados, después de diez horas de estudio te quedas con que te faltan unos artículos que no te sabes del todo, con que por favor no te pidan este tema o el otro, así que podréis entender mi fascinación por el hecho de que a veces las cosas tienen resultados.
Tras una semana madrugando, trabajando como una enana haciendo pulseras, viendo porquería en la tele, yendo y viniendo de un sitio al otro, pude quedarme tranquila sabiendo que esa semana me había cundido como tenía que cundirme.
Eso sí, volví más cansada que nunca, pero despeinada, muy despeinada.
jajajjaa Que gracia lo de las pulseras de hilo! en mi primer o segundo año de opo, ya no lo recuerdo, también me dio por eso. Un blog genial :D!
ResponderEliminarA mi me fascinaba eso de invertir veinte minutos y tener algo hecho! era como magia, después de un año invirtiendo tiempo y creando cansancio...jajaaj.
EliminarMe alegro de que te guste el blog!