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miércoles, 2 de diciembre de 2015

El puente antes, durante y después de la oposición.

Todos sabemos lo que son los puentes, esos días de fiesta unidos a un próximo fin de semana, que hacen las delicias de los viajeros y de los que hibernan debajo del edredón.

En mi caso, he vivido un puente desde los tres momentos posibles, antes, durante y después de una oposición, y creo que hay ciertas palabras que cambian su significado según te mueves de un punto a otro.

Eso me hace pensar, que por  mucho que nos empeñemos, la realidad no es una, solo tu versión de los hechos, y si no, que le digan a un opositor "la semana que viene empiezan las obras para cambiar la cocina", no va a decir: "que bien, cocina nueva, que ilusión, todo a estrenar" , nada más lejos de la realidad...en la cabeza de todo opositor las obras son el comienzo del fin, el desastre del plan, la mutilación de los temas, la destrucción de la literalidad, la excusa que el preparador no se va a creer pero que existe porque "te juro que llevo una semana con el taladro a dos metros de mi cabeza"

Lo mismo sucede con los puentes, y los momentos vitales en los que te los encuentras por delante.

A) Puente a.o (antes de la oposición)
- Oye, ¿sabes que la semana que viene hay puente?
- ¿Sí?, ah pues genial, aprovecharé para hacer un par de cosas.
-¿Y si hacemos maratón de pelis o series?
- Vale, sí, que luego en realidad tampoco hago nada y se me pasa sin enterarme.


B) Puente d.o (durante la oposición)
- Mis padres se van a Barcelona y no vuelven hasta el martes por la noche, a ver qué como yo esos días...
- ¿Hasta el martes? ¿Por qué?
- Pues porque es puente, el lunes y el martes no se trabaja.
-¿Otra vez?¿pero no acaba de haber un puñetero puente hace nada? ¿Pero la gente no trabaja nunca? es que es alucinante, están todos los días de puente.
- Bueno, ya nos tocará.
- Lo que me va a tocar es escuchar los gritos de los niños de los vecinos, y al de abajo que pone la música a todo trapo cuando está en casa.
- Ya, y lo malo es que las bibliotecas estarán cerradas.
- ¿Pero es que nadie se da cuenta de que si tenemos a todo el vecindario en el edificio, a los niños gritando en el parque de abajo de casa, y la gente a riadas por la calle, y encima nos cierran las bibliotecas no tenemos a donde ir? Odio los puentes y la gente que los disfruta!!!!
- Yo también!!!!
- Puto puente!!
- Puto puente!!!!

C) Puente ds.o (después de la oposición)
- Oye, ¿vas a hacer algo especial estos días?
- No tenía pensado, ¿por?
- Porque es puente, del sábado hasta el martes.
- ¿Cómo? repítemelo, por favor. Alto y claro.
- del sábado al martes es puente.
- ¿4 días de vacaciones por la cara? ¿los días libres de un mes entero? ¿El equivalente a las vacaciones de navidad? ¿96 horas para mí, para hacer lo que quiera?
- ¿Qué dices? Tío, desde que opositaste estás muy rarito.
- Vuelvemelo a decir alto y claro por favor, ¿De cuándo a cuándo hay puente?


domingo, 22 de noviembre de 2015

Incomprendidos club social.

Hay muchas situaciones que tenemos en común todos los que estáis opositando y los que hemos pasado por ello, excusas para explotar delante de la gente, que se quedan en arrebatos mentales mientras respondemos educadamente, siempre muy educadamente.

Hay que partir de la base de que la gente no nos entiende, si asumimos eso, el resto de nuestra vida será más sencilla.

Recuerdo un día que quedé con un par de amigos de la facultad a tomar una cerveza. Ellos estaban hablando de asuntos que les habían entrado en el despacho, de sus horarios, de los jefes... mientras yo disfrutaba de cada segundo de estar ahí, de los ruidos del bar, de la gente que entraba y salía, de estar un viernes tomando algo.

- Últimamente cuando llego a casa estoy agotado, no tengo fuerzas para nada- dijo él. Acto seguido pegó un largo trago de cerveza, como si le diera un efecto de penas nadando en lingotazo de whisky sobre la barra de un bar.

- Ya, a mi me pasa lo mismo, no saco tiempo ni para ir al gimnasio, ni para ver a nadie entre semana-dijo ella mirando al infinito.

-Sí, yo termino al final del dia muerta, pero tengo que sacar tiempo para hacer algo de deporte porque si no me duele muchísimo la espalda- añadí yo, reivindicando mi derecho a estar tomando esa caña.

- Bueno, no es lo mismo, ya sabrás lo que es terminar agotada cuando trabajes- dijo mi amigo, mirándola a ella, esperando el gesto de aprobación de quien sabe de lo que está hablando.

Me empezaron a temblar las piernas y el lado derecho de la cara. Noté como  me ponía roja, el mal estaba recorriendo mis venas. Y comenzó mi monólogo interno, el arrebato de dignidad:
" ¡¿Ya sabré lo que es terminar cansada cuando trabaje?, ¿cuando trabaje, mamón? empiezo a estudiar a las 7 de la mañana, y mientras tú lees el periódico en el ordenador que enciendes a las 9, yo estoy cantando temas como una posesa, y para tí hablar con alguien es seguir trabajando, y para mí , eso es perder un tiempo que luego tengo que recuperar. Luego te tomarás el café, porque tienes derecho a tomarte tu café, y yo me lo haré mientras sigo mirando el código civil, y probablemente mientras me lo tome esté planeando el siguiente tema a estudiar. Y tú, desgraciado, tienes hora de entrada y de salida, fines de semana y puentes, y si no lo tienes es  porque te lo pagan muy bien, y yo ni uno, ni lo otro ni lo de más allá.Y YA ME GUSTARÍA A MÍ TENER QUE VESTIRME POR LAS MAÑANAS"


- ¿Otra?


" ¿Y qué te crees que me paso el día haciendo en casa? Si, tengo una suerte loca de pasarme todo el día entre cuatro paredes, rodeada de temas, de códigos, con un cronómetro machacando  a todas horas?


- ¿Otra?


"Y lo de ponerme enferma sí que es buena, tú puedes llamar y decir que estás malo, que hoy no irás a trabajar, y para mí tener que pasarme unas horas en la cama para recuperarme es el fin del planning de la semana. Mientras la fiebre me hace delirar, con temas, por supuesto, tengo que ver en qué momento voy a meter esos temas que el malestar no me deja estudiar. Y ni hablemos de que todo este " no trabajo" lo hago por el módico precio de cero euros al mes, CERO!"

- Oye, que si quieres otra. Estás empanada, tía- dijo mi amigo desde la barra.

- Sí, ponme tres- añadí.


miércoles, 18 de noviembre de 2015

"crisi opomentales"

Un compañero del colegio mayor que llevaba varios años opositando a Abogado del Estado, me decía siempre, que la oposición era la relación más larga que había tenido nunca, que le exigía más que cualquier novia pesada pero que ahí seguía, aguantando como un jabato.

Y esa idea inicial, esa reflexión, me ayudó en muchos momentos a lo largo de la oposición.
En la academia empezamos seis compañeros a preparar a la vez, y antes de los seis meses el grupo se había reducido a tres.

Es una realidad que esto no es para todo el mundo, y que en la mayoría de los casos nos metemos sin saber muy bien lo que nos vamos a encontrar. ¿ No es lo que pasa cuando conocemos a alguien? Nos ilusionamos, nos preguntamos cómo sería, cómo va a ser y a veces la cosa marcha y otras no. A veces hay crisis, hay momentos, hay discusiones, en una relación hay altibajos, y eso no significa que no se quiera a la otra persona, que no se merezca o que me equivoqué al invitarla ese día a salir.

A mí la idea de que el recorrido de una oposición es como una relación en la que a veces hay crisis, me ayudó a lidiar con muchos de esos momentos.

Como si estuviéramos en algún reportaje de revista del corazón , me atrevo a decir que principalmente en toda "relación" hay tres momentos de crisis graves.

La crisis de los seis meses, ese momento en el que te das cuenta de que ya no tiene tanta gracia pasarse los días metido en la habitación, que los bolis y los pósits no son para tanto, que cumplir las ocho horas de estudio ya no es motivo para mandar un mensaje a un amigo y el pijama ya cansa. ¿Significa pensar eso que tengo que dejarlo? Yo creo que no.

Dejar de sentir los nervios de los primeros meses de una relación, dejar de hacer mil preguntas o tener la primera discusión, no significa dejar de sentir nada, significa muchas veces que empezamos a conocer a la otra persona. Que se exhibe con sus sonrisas y sus lágrimas, sin maquillaje, sin gomina, sin tapujos.

La crisis de los tres años. Como decía otro compañero de batalla, los años durante la oposición no son proporcionales, el segundo no pesa como dos primeros, ni el tercero como tres, sino que cada año se hace más largo, más duro y más cansado. A los tres años suele haber un momento de inflexión en el que miras a los ojos a tu pareja y piensas, ¿vale la pena? sé que le quiero, pero al mismo tiempo ya se va notando la rutina, no hace falta que le pregunte ni que me pregunte porque sabemos exactamente qué estamos pensando. ¿eso es bueno? ¿es malo?

En la oposición, los tres años, es ese instante en el que la gente que conoces termina sus másteres, consigue un ascenso, habla de nóminas, de vacaciones, y tú piensas , ¿vale la pena perderse todo eso?

Y la crisis de los 6 años. Hasta ese momento no te planteas que llevas "años", está dentro de lo normal, de la media, sin embargo, en este punto llega el momento en el que piensas...coño, esto va en serio. E igual que muchas parejas se dejan de repente cuando se dan cuenta de que llevan mucho tiempo juntos, de que ya la gente pregunta cuándo hay boda, y no porque ya no se quieran, sino porque da miedo. De igual manera en la posición, puede entrar el miedo del tiempo invertido, de lo perdido, de lo que ha pasado y no me he enterado.

Las crisis como tal, no son malas, son momentos de reflexión o de asumir que pasamos a otra fase. Una oposición creo que no se puede dejar por una crisis como tampoco una pareja. Hay que cortar cuando algo o alguien no te hace feliz, cuando no es lo que quieres, o cuando aunque lo sea, estar con ella o en ella, supone ser un infeliz.

Las crisis son pasajeras e incluso diría que necesarias, para parar, analizar, coger fuerzas y seguir adelante.



lunes, 26 de octubre de 2015

vestida para triunfar

I´m gonna get dressed for sucess...

Esta canción sonaba en mi cabeza mientras disfrutaba de unas horas fuera de mi celda en busca de una americana para " el gran día"

Ese día tuve una pequeña charla conmigo misma y con mi futura chaqueta del examen. Nos miramos muy atentamente a la cara la yo de un lado del espejo,  la que vestía pijamas y tazas de autoayuda, con ojeras, cansada y acojonada por la proximidad del día del juicio final, y la yo del otro lado, la de la americana.

Me senté en el taburete del probador e hice como que me ponía a cantar un tema, gesticulaba como si explicara la compraventa, la filiación o los derechos del cónyuge viudo en el derecho navarro. En cuestión de segundos pasaba de estar excitadísima imaginándome hacer un oral de la leche y dejar al tribunal pasmado y diez segundos más tarde me hacía pequeña dentro de esa americana y quería volver a ponerme mi pijama y olvidar por un momento que los días de estudio van encaminados al día del examen.

-¿Cómo te ves?- preguntaba la dependienta, asomando sus zapatos negros por debajo del probador.

- Bien, no lo sé, estoy dudosa- decía yo, cuando en realidad quería gritar- déjame en paz, coño, que estoy haciendo mi examen imaginario.

Luego llegaba mi madre al probador con cuatro chaquetas más, porque estaba feliz de estar de compras con la hija perdida y hallada por una tarde.

Después de negarme a probarme las demás, porque había tenido un pálpito con la primera, nos marchamos.

- Con esta voy a aprobar, mamá- le decía ceremoniosamente, porque si mi vida hubiera sido una película, en la siguiente escena hubiéramos aparecido yo y mi americana celebrando el aprobado ¡¡¡yuhu!!!! Pero era la vida real, la puta vida real, así que aún quedaban días de encierro y golpes que recibir.

Con la ropa del examen ya en el armario volví a mi rutina, a las vueltas de repaso, los cantes interminables y los simulacros.

Un día una compañera de oposición me dijo que había practicado frente al espejo con el traje puesto, y resonó en mi cabeza como la mejor idea del mundo.

Puesto que todas las mañanas me tocaba cantarme temas de repaso, empecé a colocarme parte del traje, y mi americana y yo nos plantábamos delante del espejo que había en mi habitación a recitar los temas.

Examinaba mis caras, el movimiento de mis cejas, mis manos, y mi americana, la americana con la que iba a aprobar la oposición.

Me paseaba por mi cuarto recitando artículos con el pantalón del pijama y la chaqueta puesta, como si eso le diera al estudio un carácter más serio, más de días previos.

Llegó el día del examen, me coloqué el traje y me miré en el espejo enorme del cuarto de baño del hotel. Reconocí la imagen que ya había visto tantas veces en el espejo de mi cuarto.

Decidí que los nervios se irían si me disimulaba a mí misma que los tenía, así que mientras me lavaba los dientes, murmuré la canción preparatoria del éxito ...I´m gonna get dressed for success, shaping me up for the big time ¡baby! y me movía a ritmo de la canción que sonaba en mi cabeza.

Si mi vida nuevamente fuera una película, de la escena del baile y la canción frente al espejo, hubiéramos pasado a la escena en la que entro nuevamente en la habitación del hotel y lanzo la chaqueta sobre la cama por no haberme llevado al éxito. En esta ocasión sí ocurrió así, me quité el traje como si me quemara, sintiéndome traicionada por esa ropa que me había visto estudiar y recitar temas sin descanso.

Tiempo después volví a plantarme la americana para ir a mi primer juicio. Volvió a resonar en mi cabeza la canción del triunfo "I´m gonna get dressed for success..." y con maletín semi vacío, con una toga que me quedaba enorme y con mi americana, gané por primera vez.



lunes, 21 de septiembre de 2015

Abriendo Caminos. Tarot

Tras apartar a un lado el episodio de la pérdida de los temas, voy a dejarme de tanto drama y a ponerle un poco de gracia al día.

Ya hemos llegado a la conclusión de que a lo largo de la oposición son muchos los momentos surrealistas, los episodios que decides contigo mismo que se quedan ahí, que jamás contarás a nadie, ¿y lo divertido que es tener estas historias? ya habrá tiempo de vivir una vida "relativamente normal".

Una de tantas, la comparto con una muy buena amiga, de esas que aunque solo veas una vez al año, la sigues considerando una persona importante, por el momento vital en que la has conocido, por las lágrimas, confesiones y conversaciones trascendentales hablando del sentido de la vida (no hay como estudiar una oposición para plantearse cuestiones vitales; ¿qué hago aquí? ¿Este es mi destino?...).

La conocí en el colegio mayor, opositaba a inspector del Banco de España, a los dos años se fue a vivir con su novio a tres calles del colegio, así que era como tenerla al lado. Un mes antes de su examen su novio tuvo que irse de viaje una semana por trabajo, así que hice mi mochila y me fui a pasar la semana con ella porque le daba miedo quedarse sola (otra paranoia de la oposición).

Cuando llegué, me adjudicó mi mesa de estudio, me puse "el uniforme de trabajo" y empezó nuestra semana. Puesto que le quedaba tan poco para el examen hacíamos intensivo, creo recordar que parábamos 40 minutos a la hora de comer, lo justo para ver las noticias y 10 minutos más para cambiar de canal.

El segundo día, haciendo zapping, nos encontramos con un canal de Tarot. Nos miramos y pusimos cara de ¿what?, pero ninguna cambió de canal, nos limitamos a hacernos las locas porque las dos teníamos curiosidad por seguir viendo. Tras cumplirse el tiempo de descanso, apagamos.
- Que friki la gente llamando, ¿eh?- decía ella, entre risas.
- Pues sí, se aprovechan de que algunos están desesperados- dije yo.

Esa misma noche, después de cenar, estábamos buscando algo para ver; "esa peli es muy larga, nos acostaríamos a las tantas, este canal tiene muchos anuncios, huy, esta es un rollo..." y así es como terminamos nuevamente en el canal de Tarot.

Las llamadas se sucedían unas tras otras, la gente llamaba sin parar. En muchas ocasiones se les veía el plumero...
-¿Tienes hijos? - preguntaba el tarotista poniéndole emoción a la cosa mientras extendía las cartas sobre la mesa.
- Sí- contestaba una voz temblorosa al otro lado del teléfono.
- ¿Te preocupa tu hija? -preguntaba como si estuviera viendo algo sorprendente.
-  Tengo dos hijos- contestaba la señora (casi siempre eran señoras).
- Te preocupa uno de tus hijos, porque tienes dos- decía el tarotista mirando a cámara como si pudiera estar viendo a Manoli en el salón de su casa haciendo la llamada.
- Sí, ¡tengo dos!- contestaba ella victoriosa, como sin creérselo.
Y a nosotras nos entraba la risa floja, de esa de última hora del día, que es como de estar borracha sin haber bebido una gota de alcohol.

Durante los siguientes dos días dejamos de ver las noticias y en los descansos nos sentábamos frente al televisor a ver como una tal Celia le abría los caminos a una señora que se sentía atrapada, o como le quitaba un mal de ojos a la de más allá, como le prometía que encontraría un nuevo amor antes de los cincuenta, y así una tras otra.

Nuestras risas del principio fueron convirtiéndose en ¿Te imaginas que fuera verdad? ¿Tú que le preguntarías? Pues si voy a aprobar. Yo también. ¿Llamamos?

Llegamos al punto en el que se nos fue de las manos y los descansos solo hablábamos de si llamar o no llamar
- Y si me dice que voy a aprobar, ¿Cuántos años tengo que intentarlo? Imagínate que sigo porque me lo ha dicho la tarotista y en realidad era mentira.
- ¿Y si me dice que no me la voy a sacar? ¿Qué hago, lo dejo ya?
- Ponte que te dice que no y en realidad tu destino era sacártela, pero se ha truncado por culpa de esa llamada.
- ¿Y si de verdad puede verlo y me ahorro años de intentarlo?
- ¿Y si solo nos dice que una de nosotras se la sacará? ahí tendríamos que seguir las dos hasta que una se la sacara porque ya la otra no tendría posibilidades.
- Pero si nos suelta una de esas frases que son aplicables a todo, en plan, persigue tu sueño, o tu sueño te alcanzará...ahí ¿qué hacemos?
Y así pasaban nuestros descansos.

Sin darnos cuenta terminó la semana, ninguna se atrevió a llamar, y decidimos dejar que nuestro futuro nos estallara en la cara, eso sí, después de prometer que no le diríamos a los demás lo que había sucedido en esos descansos.

Esa promesa no la cumplimos, con lo poco que hay por contar como para callarse algo así.



miércoles, 26 de agosto de 2015

La hoja en blanco de mi curriculum



Muchos de vosotros no os veréis nunca en la tesitura de tener que redactar vuestro curriculum, otros ya lo habéis hecho, y a otros en algún momento os tocará el trance.

En mi caso, internet fue fundamental. Son de esas cosas que todo el mundo sabe y conoce, menos los que llevamos años encerrados en nuestro mundo; cómo redactar un curriculum, cómo hacer la declaración de la renta, qué redes sociales y aplicaciones han salido desde que nosotros entramos.

Yo me planté frente a la página en blanco del ordenador, en la que ni siquiera sabía como acoplar la foto tamaño carnet.

Tras poner referencia a estudios universitarios, idiomas y algún acto digno de mención en el que había participado, me quedé mirando fijamente ese temido apartado, LA EXPERIENCIA.

Pasé por varias fases mentales. Primero me dio vergüenza pensar que no tenía experiencia en nada más que en estudiar y memorizar, luego sentí rabia por lo acomplejada que me sentía y las pocas razones que tenía para ello. Vale, no había estado en ningún despacho llevando cafés y yendo y viniendo del juzgado, no había echado oficialmente horas en nada que pudiera considerarse experiencia como tal en el mundo jurídico, pero...¿ Y todas las horas planteándome la naturaleza jurídica de los contratos? ¿Y los masters de oratoria que llevaba a mis espaldas cantando temas sin guión y frente a un tribunal? ¿No servía de nada saberme el código civil, la Ley Hipotecaria y las últimas reformas legislativas? ¿ Y el hecho de llevar años contestando a las preguntas de amigos que ya estaban trabajando en un despacho, pero que necesitaban de la enciclopedia humana para ver si eso o aquello podía hacerse?

La hoja seguía en blanco, no se me ocurría la manera de trasladar al que pudiera leer ese curriculum la sangre, sudor y lágrimas que había tras ese apartado en blanco.

¿Cómo contarle las horas de trabajo interminable y gratuito, las noches en vela repasando artículos y pasando hojas imaginarias? ¿Cómo hacer que entendiera que tras la fachada de una chica insegura y que hoy se creía fracasada, había una persona luchadora, con fuerza de voluntad e inteligente?

Lo cierto es que este es un punto muy complicado, ese momento frente a la hoja en blanco sienta como una patada en el estómago. Tu cabeza sigue preguntándose si has hecho bien en dejar la oposición y tomar otra alternativa, tu mano tiembla sobre el ratón creyéndote incapaz de competir con nadie en el mercado laboral, tus ojos buscan tu mesa y el cronómetro, todavía siguen sintiendo que ahí está su zona de confort.

Al final opté por contar la verdad, que llevaba tantos años preparando tales oposiciones y que finalmente había decidido hacer otra cosa. Pensé que alguien sabría valorar lo que había detrás de esa "experiencia".


viernes, 21 de agosto de 2015

La ladrona de galletas

Todos los agostos desde que tengo uso de razón me he ido unos días de vacaciones con mi familia.

Unos años al extranjero, otros a Galicia, Menorca, Las Palmas...donde fuera como fuera pero de vacaciones.

Y entonces llegó ella, y mi plan familiar consistió en cambiar de escenario de estudio.
 El gran dilema era, ¿me quedo sola en casa y sigo con mi rutina pero ya sin más sonido que el de mis propios pensamientos y me siento la mujer más desgraciada del mundo, o me voy de vacaciones y termino encerrada en la habitación del hotel, cantando temas en el coche, estudiando en el aeropuerto sintiéndome la mujer más desgraciada del mundo?

Y siempre optaba por la segunda, por eso de cambiar de mesa, de pared y de vecinos.

Distribuía la semana de verano en dosis para que me durara más. A veces cogía dos días seguidos que
sabían a gloria, otras veces me tomaba las tardes libres e iba sumando, 3 días son 6 tardes libres y todos sabemos que las tardes tienen más horas que las mañanas. Siempre me reservaba el día antes de volver a casa, por eso de que el sol disimulara mi condición de veraneante no veraneando.

Los días que tocaba estudio mi día a día consistía en la misión de cumplir con el planning sin delatarme.

Lo primero que hacía al llegar al hotel de destino, era abrir mi pesada maleta, sacar todos los temas que me tocaban esos días, el atril, los subrayadores, el código, el programa, cronómetro, y las dos camisetas y poco más que iba a necesitar.

Buscaba el punto de luz, cambiaba la mesa de sitio, concentraba las lámparas de la habitación en mi entorno y daba por inaugurado el periodo estival.

Las mañanas empezaban de lo más animado; si estábamos cerca de una playa me ponía el despertador a las 7 y me pasaba hora y media playa arriba playa abajo cantándome temas. Justo antes de volver, me daba un chapuzón, y estúpidamente me veía como los surferos que madrugan para cazar su ola, solo que yo, ni traje de neopreno, ni tabla, ni surf, sino cronómetro en una mano y programa en la otra.

Si no tenía la playa cerca, me metía en el cuarto de baño a cantar los temas para no despertar a mis hermanos. Sí, y esa es una de las visiones de mí misma que sé que me acompañará de por vida, sentada en la taza del váter, con el pijama, el moñete, las gafas, cara de dormida y cantando temas casi en un susurro, no fuera a ser que desvelara al resto.

A la hora del desayuno me dedicaba a robar del buffet todo lo indispensable para pasar el día estudiando en la habitación; yogures, un zumo, cajitas de cereales y galletas, muchas galletas. Lo que empezó siendo una tímida recolección de productos, terminó siendo una obsesión familiar, todos contribuían a coger sustento para la pobre opositora.

¿Y por qué no te ibas a comer un sándwich o pedías que te subieran algo a la habitación? os preguntaréis alguno, pues porque no tenía la misma gracia, o eso me parecía entonces.

Antes de bajar al desayuno le pedía a alguna de las de limpieza que me hicieran la habitación para que luego no hubiera interrupciones. El primer día siempre me miraban indiferente, a partir del segundo, imagino que tras la visión de la mesa repleta de temas, folios, y artilugios varios, ya no me miraban con indiferencia, me sonreían como diciendo: no te preocupes, sé tu secreto y no lo desvelaré... ¡pringada!

El resto del día pasaba como cualquier otro día de la vida de un opositor, no hace falta que dé detalles.

Sobre las 8 volvían mis padres y hermanos, morenos, contentos, bien comidos. Recogían a su miembro discordante, y me sacaban a dar una vuelta, a cenar, a concentrar el verano en la puesta de sol.

Sobre la cama del hotel se quedaba el pijama y los envoltorios de mi comida del día, como si por unas horas ya no tuvieran nada que ver conmigo.

viernes, 31 de julio de 2015

Mi novio sale con una opositora

Siempre se ha dicho que las relaciones que sobreviven a un Erasmus están hechas a prueba de balas. Yo creo que lo que le da a una relación el título de “contra viento y marea” es sobrevivir a una oposición.

Mi preparador decía que había tres categorías en las parejas de un opositor;

 1.       La que se ha tragado toda la oposición, desde el día que decides anunciar con una sonrisa y un brillo en los ojos:" ¡voy a opositar!"Hasta el día que hay que recoger unas ojeras andantes del suelo. 

2.       La que se conoce durante el último tramo.

 3.       La que se conoce una vez sacada la plaza o dejada la oposición.

Mi post de hoy va dedicado a todos esos novios y novias de la primera categoría, los que han visto desde su más sincera y tierna incredibilidad como pasaban estos últimos años de la vida de sus parejas, sin saber qué decir, cómo decirlo, ni cuándo decirlo.

Habría que hacer un Manual sobre cómo sobrevivir con un opositor opositando.

Hoy decido levantar un monumento imaginario para todos los que han aguantado esos años de renuncios sin salir corriendo.

          - Hurra por todos aquellos que asumen que a partir de ahora solo tienen pareja el día libre.

        - Vivan los novios que han sabido que Mr. Wonderful pasa a ser una parte muy importante del día a día.

          - Bien por las novias que ya no dicen no, cuando querían decir que puede que sí, pero que mejor que no, porque deberías ser tú quien supiera que ese no es un sí, porque el oyente ya no tienen ni tiempo ni ganas para descifrar enigmas.

         - Bien por las parejas que saben que “tomamos algo” entre semana, significa estar delante de alguien pendiente del reloj, de si la cerveza me va a dar resaca, la Coca-Cola no me va a dejar dormir, están tardando mucho, debería estar durmiendo desde hace media hora, y siguen proponiendo salir de vez en cuando.

          - Vivan todos los que saben que en el día libre hay que concentrar toda la felicidad que no se ha vivido en una semana, y preparan el día como si se tratara de la gincana de la vida: desayunamos fuera, paseo, compras, cervezas y tapeo con los amigos, cine, otra cerveza porque ya te estás enterando de que el día libre está terminando, otra cerveza, ¿otra?

         -  Hurra los que después de suspender el examen y preguntarles:- ¿qué hago? ¿lo dejo o sigo una convocatoria más? Tragan saliva, respiran profundamente y responden: - Lo que tú decidas, hagas lo que hagas te apoyaré- Cuando en realidad piensan... ¡DÉJALO, POR EL AMOR DE DIOS!

         - Un fuerte aplauso por los novios que no se parten de risa cuando en cuestión de media hora sus parejas pasan de la risa al llanto, del llanto a maldecir su existencia, de las maldiciones, vuelta a la risa porque parece una loca, y vuelta al llanto porque sí, parece una loca.

          - Vivan las novias que las semanas previas al examen ven como sus parejas dejan de utilizar la maquinilla de afeitar, bajan a dar un paseo a la manzana con el chándal y las zapatillas de andar por casa, han perdido 10 kg y 8 años en los últimos días y siguen diciendo: - Eres mi hombre- mientras piensan, ¿Hombre? Pero si parece una mezcla entre náufrago y su hermano pequeño.


Gracias por acompañarme en este camino y por recibirme al otro lado con una sonrisa y un “bienvenida, llevo 5 años esperándote”

miércoles, 15 de julio de 2015

Preguntas prohibidas

      Mis primeros años de oposición los pasé en un colegio mayor solo de opositores. Con todo lo que ello conlleva. Si volviera para atrás lo volvería a hacer, porque no hay nada mejor para empezar una locura de vida, que estar rodeada de otros locos como tú.

      Soy partidaria de empezar a opositar en un ambiente en el que no te sientas fuera de lugar, con gente que comprenda tu situación y que lleve tu ritmo de vida, pero lo de solo estar rodeado de lo mismo tiene lo suyo, sus cosas buenas y sus muchas locuras.

     Mis experiencias en el colegio mayor darán para muchas entradas, porque son muchos los momentos surrealistas, la gente rara, rarita y rarísima que allí habitan, y los episodios que vale la pena relatar. Sin embargo, hoy me apetece centrarme en mi primera sensación, las primeras horas.

     Recuerdo el sonido de las ruedas de mi maleta recorriendo el camino de piedra rodeado de setos hasta la puerta principal, a mi derecha había una pequeña construcción, EL BUNKER.

     Al llegar a recepción, entre otras cosas, me recordaron que el plazo máximo de estancia en el colegio era de 6 años, - Si a los seis años no has aprobado, tienes que irte – me dijeron. Creo que se me puso la piel de gallina, o sentí un cosquilleo, o el corazón se me aceleró, ahora no recuerdo la forma que tuvo mi cuerpo de decirme: SAL CORRIENDO.

     Lo cierto es que llegaba con muchas ganas, entusiasmada de conocer a gente de mi edad que se hubiera decidido por emprender este duro camino, con ganas de hacer amigos, con miedo a no hacerlos, con ganas de dejar la maleta en mi habitación y con nervios por tener que bajar al comedor y no saber dónde sentarme.

     Tuve la suerte de que mi cara desvelaba todo lo perdida e insegura que estaba, así que dos chicas majísimas decidieron comer conmigo para ponerme un poco al día.

     Al entrar al comedor pude notar y ver, puesto que nadie disimulaba, como todo el mundo centraba su atención en mí. No porque les interesara lo más mínimo, sino porque en el colegio mayor, era todo tan, tan, tan de lo mismo, que cualquier novedad, aunque fuera que hubieran cambiado la marca de yogures, era un NOTICIÓN.

     Me senté con esas dos chicas, pensé en una introducción leve, un ¿qué tal? ¿Cuánto lleváis aquí? ¿Estáis contentas? Pero antes de poder decir nada, empezaron a quitarse la palabra de la boca la una a la otra:

-      Ni se te ocurra preguntarle a nadie por su edad, NI SE TE OCURRA, está prohibido – decía la una.
-       Ui no, ni de coña lo preguntes, por muy joven que te parezca uno, las apariencias engañan y eso sienta muy mal- proseguía la otra.
-      Y lo de preguntar cuántos años llevan opositando, imagino que no lo ibas a hacer, pero no lo hagas, esa pregunta sí que no- ¿No? Pensaba yo, ¿esa pregunta no?
-       Jajajajjaa- reía la otra- ¿te imaginas?- decía- menuda manera de entrar.
-        Lógicamente tampoco preguntes a nadie cuantas veces se ha presentado. Vamos, ni de broma…- Decía la una como si estuviera diciendo lo más descabellado del mundo.
-        Nunca lo preguntes- sentenciaba la otra- ESO NUNCA SE PREGUNTA. Si alguien te lo quiere contar ya lo hará, pero no lo preguntes nunca.

     A medida que mis compañeras de mesa me iban dando las directrices para sobrevivir en ese lugar, yo me sentía más confundida, miraba alrededor pensando en cómo hablar con toda esa gente, qué decir, qué no decir, cómo decirlo…

     Como cuando estás de Safari y te dicen que si se te acerca un animal salvaje no le debes mirar a los ojos, ni dejar que perciba tu miedo, ni subir muy rápido la ventanilla del coche, ni encender el motor, ni darle de comer, ni hacer ruidos extremos y piensas…como se me acerque alguno estoy muerta.

     De igual manera yo pensaba, por Dios, que nadie quiera hablar conmigo, porque seguro que lo que me saldría en este momento es un “Hola, qué tal soy nueva, acabo de llegar y de empezar a opositar, llevo solo unas semanas, ¿y tú? No, tú no, no me contestes. Que chulo es el colegio, me gusta, ¿llevas mucho aquí?, ah 5 años, ¿desde qué empezaste a opositar? Ay no, lo siento. Aún no me he presentado nunca, que nervios ese día, ¿Tú te has presentado alguna vez? ¿Ya llevas cuatro convocatorias? ¡No, te juro que esa pregunta no ha salido de mi boca!” y sería devorada por el animal, por haberle dado de comer mirándole a los ojos, con la música puesta y el miedo a flor de piel.

     Esa misma tarde tuve la suerte de coincidir con dos de las que serían mi salvación en el colegio. Acababan de empezar, como yo, así que mutuamente nos pudimos realizar todas las preguntas prohibidas, así, a lo loco.


jueves, 9 de julio de 2015

COMPLEJO DE DIVA


No sé si os habrá pasado a vosotros, pero durante mucho tiempo tuve un poco de complejo de Diva. No en el sentido de sentirme especial, guapísima, famosa o el centro del universo, sino más bien, sería una de esas divas a las que en la revista cuore sacan con pintas y un enorme AAAARG.

Mirado con un poco de perspectiva hasta me hace ilusión haber vivido esos momentos, son mis pequeñas locuras. Tú te habrás ido de viaje a Nueva York o habrás encontrado un trabajo genial, pero yo he bajado a hacer la compra en pijama. SUPÉRALO.

¿Qué otras personas en su sano juicio van a hacer la compra con el pijama y el abrigo de plumas aunque no haga mucho frío, solo por no tener que vestirse?

Yo tuve varios de esos momentos, de los de estar con el pijama, el moñete, las gafas de topillo y ver que no tienes leche para tomarte un café. Descartas la idea porque bajar a la tienda de la esquina te va a quitar mínimo 10 minutos y te va a distraer del maravilloso mundo de las Servidumbres.

Basta con que no me pueda tomar el café para que me empiece a obsesionar la idea de querer uno, me muero de sueño, no me están entrando los artículos porque no tengo café, si tuviera café seguro que me los sabría, café, café, café…

Así que toca camuflarse para bajar a la esquina. Decido que si llevo abrigo no hace falta que me cambie, así que me planto el abrigo de plumas, las botas de agua. ¿Llovía? No, pero me tapaban más pantalón que cualquier otro calzado. Me suelto el pelo porque tengo la absurda convicción de que voy menos modo estudio con el pelo suelto.

Salgo a la calle rezando para no encontrarme con ningún conocido y para no tener un accidente de tráfico. Cómo explicar al de la ambulancia las pintas, los pelos y el cronómetro en el bolsillo, porque se me ha ocurrido cronometrar cuánto tardo en volver a estar sentada frente a los apuntes.
Finalmente, tras 8 minutos y 56 segundos, vuelvo a estar frente a las Servidumbres de paso, victoriosa ante la hazaña de conseguir leche en ocho minutos y sin encontrarme con nadie. El café ya no me apetece tanto, pero me siento bien.

Le envío un whatsapp a una compañera de la oposición contándole mi hazaña y me responde diciéndome que lleva 4 días sin ponerse sujetador.

Sonrío y sigo estudiando.

Son muchas las veces que me acuerdo de detalles de la oposición y me empiezo a reír sola. Sé que el 90% del tiempo es estar sentado frente a los apuntes, pero el 10% restante no tiene precio.


¡VIVA SALIR A HACER LA COMPRA EN PIJAMA!

miércoles, 17 de junio de 2015

Mi primer verano de oposición


Ahora que ya huele a crema solar, que las camisetas, las sandalias y la sensación del sol sobre la piel nos avisa de que ya ha llegado, no puedo dejar de acordarme de ese primer verano.

Recuerdo la bofetada que recibí cuando la preparadora pronunció esa frase que contenía sonoridades tan increíbles como VA-CA-CIO-NES e información tan terrible a la vez.

- Chicos, tenéis una semana de vacaciones. No os doy más porque luego cuesta volver a coger el ritmo.

Y llegó la bofetada!  Todos los veranos de mi vida habían sido eternos, con tiempo hasta para aburrirse, hacerse mayor, saltar, viajar, nadar. Entre Junio y septiembre pasaba la vida por en medio.

- Me he ido de viaje, luego he ido a las fiestas del pueblo, volví, conocí a un chico, volví al pueblo, vino mi amiga de Oviedo unos días a casa, me fui un mes a Inglaterra a aprender inglés, tengo un vecino nuevo muy majo, me he quemado, me he pelado, me he vuelto a quemar, aguanto mucho más debajo del agua, me ha crecido el pelo, qué claro lo tengo, he engordado, tú has adelgazado... Esa era la retahíla de información inagotable con la que volvías el primer día de clase, como si hubiera que resumir una vida entera sin darle demasiada importancia, pero sin dejarte ni un solo detalle, ni una escapada, ni un salto.

Y después de toda una vida concentrada en los veranos llegó la semana, no fuera a ser que perdiéramos el ritmo. Y ahora que lo pienso, creo que era al revés, no fuera a ser que volviéramos a coger el ritmo de la vida, de los acontecimientos que te despeinan y te hacen sentir vivo.

En definitiva es lo que nos dieron, una semana, que mirado desde otra perspectiva, suponía todos los días libres de casi dos meses de estudio. Si teníamos un día libre a la semana, siete días de vacaciones eran una recompensa más que destacable.

En plena vorágine de la oposición se aprende a contarse a uno mismo las cosas para que el ánimo no decaiga: ¿Una semana de vacaciones? ¿Siete mañanas sin ponerse el despertador? ¿No cinco ni seis, sinó siete? ¡¡TOMA YA!!!

Y mi semana fue agotadora. Concentré todo lo que me había faltado en esos primeros diez meses de estudio, y me convertí en una consumidora de tiempo, sí, consumidora de tiempo, porque eso era lo que tenía que recuperar. Me ponía el despertador más pronto que cualquier otro día, porque cómo tomarme el lujo de quedarme dormida y perderme una mañana entera. Así que me levantaba prontísimo para arreglarme corriendo y huír del odiado pijama y el moño de la cabeza, desayunaba leyendo el periódico porque eso es lo que hace la gente con tiempo, me iba a primera hora a la playa, me bañaba, tomaba el sol y volvía a casa, quedaba con mis amigas, hacía sobremesa con mi familia, sí, hablar después de terminar de comer...impensable,¿verdad? Por las noches me tragaba cualquier cosa de la tele solo porque después no podría hacerlo, y en los ratos muertos me dio por hacer pulseras de hilo como una posesa. No había vuelto a hacerlas desde los doce años, pero lo que más me fascinó de esa tarea de elegir colores, hacer nudos y formas, era invertir media hora y obtener una pulsera.

Seguro que una de las cosas que más echáis de menos es lo de obtener resultados, después de diez horas de estudio te quedas con que te faltan unos artículos que no te sabes del todo, con que por favor no te pidan este tema o el otro, así que podréis entender mi fascinación por el hecho de que a veces las cosas tienen resultados.

Tras una semana madrugando, trabajando como una enana haciendo pulseras, viendo porquería en la tele, yendo y viniendo de un sitio al otro, pude quedarme tranquila sabiendo que esa semana me había cundido como tenía que cundirme.

Eso sí, volví más cansada que nunca, pero despeinada, muy despeinada.