viernes, 21 de agosto de 2015

La ladrona de galletas

Todos los agostos desde que tengo uso de razón me he ido unos días de vacaciones con mi familia.

Unos años al extranjero, otros a Galicia, Menorca, Las Palmas...donde fuera como fuera pero de vacaciones.

Y entonces llegó ella, y mi plan familiar consistió en cambiar de escenario de estudio.
 El gran dilema era, ¿me quedo sola en casa y sigo con mi rutina pero ya sin más sonido que el de mis propios pensamientos y me siento la mujer más desgraciada del mundo, o me voy de vacaciones y termino encerrada en la habitación del hotel, cantando temas en el coche, estudiando en el aeropuerto sintiéndome la mujer más desgraciada del mundo?

Y siempre optaba por la segunda, por eso de cambiar de mesa, de pared y de vecinos.

Distribuía la semana de verano en dosis para que me durara más. A veces cogía dos días seguidos que
sabían a gloria, otras veces me tomaba las tardes libres e iba sumando, 3 días son 6 tardes libres y todos sabemos que las tardes tienen más horas que las mañanas. Siempre me reservaba el día antes de volver a casa, por eso de que el sol disimulara mi condición de veraneante no veraneando.

Los días que tocaba estudio mi día a día consistía en la misión de cumplir con el planning sin delatarme.

Lo primero que hacía al llegar al hotel de destino, era abrir mi pesada maleta, sacar todos los temas que me tocaban esos días, el atril, los subrayadores, el código, el programa, cronómetro, y las dos camisetas y poco más que iba a necesitar.

Buscaba el punto de luz, cambiaba la mesa de sitio, concentraba las lámparas de la habitación en mi entorno y daba por inaugurado el periodo estival.

Las mañanas empezaban de lo más animado; si estábamos cerca de una playa me ponía el despertador a las 7 y me pasaba hora y media playa arriba playa abajo cantándome temas. Justo antes de volver, me daba un chapuzón, y estúpidamente me veía como los surferos que madrugan para cazar su ola, solo que yo, ni traje de neopreno, ni tabla, ni surf, sino cronómetro en una mano y programa en la otra.

Si no tenía la playa cerca, me metía en el cuarto de baño a cantar los temas para no despertar a mis hermanos. Sí, y esa es una de las visiones de mí misma que sé que me acompañará de por vida, sentada en la taza del váter, con el pijama, el moñete, las gafas, cara de dormida y cantando temas casi en un susurro, no fuera a ser que desvelara al resto.

A la hora del desayuno me dedicaba a robar del buffet todo lo indispensable para pasar el día estudiando en la habitación; yogures, un zumo, cajitas de cereales y galletas, muchas galletas. Lo que empezó siendo una tímida recolección de productos, terminó siendo una obsesión familiar, todos contribuían a coger sustento para la pobre opositora.

¿Y por qué no te ibas a comer un sándwich o pedías que te subieran algo a la habitación? os preguntaréis alguno, pues porque no tenía la misma gracia, o eso me parecía entonces.

Antes de bajar al desayuno le pedía a alguna de las de limpieza que me hicieran la habitación para que luego no hubiera interrupciones. El primer día siempre me miraban indiferente, a partir del segundo, imagino que tras la visión de la mesa repleta de temas, folios, y artilugios varios, ya no me miraban con indiferencia, me sonreían como diciendo: no te preocupes, sé tu secreto y no lo desvelaré... ¡pringada!

El resto del día pasaba como cualquier otro día de la vida de un opositor, no hace falta que dé detalles.

Sobre las 8 volvían mis padres y hermanos, morenos, contentos, bien comidos. Recogían a su miembro discordante, y me sacaban a dar una vuelta, a cenar, a concentrar el verano en la puesta de sol.

Sobre la cama del hotel se quedaba el pijama y los envoltorios de mi comida del día, como si por unas horas ya no tuvieran nada que ver conmigo.

3 comentarios:

  1. Hola,

    Quería decirte: ¡¡Ole tu valentía!! Realmente has tenido muchísima fuerza de voluntad mientras opositabas, te aseguro que yo no hubiera sido capaz porque han habido situaciones más fáciles de superar, por ejemplo el cumpleaños de mi sobrino y acabé fallando en el estudio..

    Un saludo y gracias por contárnoslo, me ha gustado mucho ^^

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  2. Hola Sandra,
    Ahora que lo veo con perspectiva pienso que era una locura, y los días de flojera, que de vez en cuando se tienen, me viene el pensamiento de que tanto esfuerzo no sirvió para nada.
    Sin embargo, creo que todo, aunque cueste verlo, sirve para algo, y gracias a lo vivido sé que pese a los miedos y falta de confianza con la que se sale de una oposición, con fuerza de voluntad y perseverancia se puede llegar a cualquier lado. Y a eso nos ganan pocos....jejejje
    Un saludo!!

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  3. Me he visto a mi misma el verano de 2014, este último iba tan justa de tiempo q ni lo intenté. Ese verano me fui una semana! A la playa con la familia y hacia algo muy parecido. Ainssss si que somos de otra pasta!

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