¿Qué hice?
Los siguientes tres días nos dedicamos como locos a imprimir temas que recordaba que
tenía igual que ese u otro compañero, los que sabía que me había dejado mi
preparador, los que me habían dado en la academia y los que me sonaba que había sacado de internet. Al final me imprimí
un temario que no era el mío, pero que me daba la seguridad de tener un papel
entre las manos.
Nos convertimos en una cadena humana. Mi
padre dividía las torres de papel recién recogidas de la fotocopiadora en
temas, mi madre los metía en fundas de plástico y me los colocaba en los
archivadores, mientras yo empezaba a subrayar las hojas.
Después de cinco años y medio, a mes y
medio del examen estaba exactamente igual que aquel octubre en que decidí embarcarme en esta aventura, solo que más cansada, mayor, agotada.
Recuerdo ese mes y medio con horror, no
voy a mentir. Cuando en tu cabeza te imaginabas repasando detalles, recitando
el código, haciendo esquemas para comprobar que te sabes los temas, y te
encuentras con las manos nuevamente manchadas de tinta del subrayador, perdiendo tiempo
intentando rescatar de tu cabeza los esquemas de los temas que recuerdas, te desesperas.
Me sonaba el despertador a las 5:30 de la
mañana para estar a las 5:45 sentada en mi escritorio hasta las 11 de la noche. No hacía más que comer en 20 minutos y pegarme una ducha en la que siempre
echaba las lágrimas que durante el resto del día no podía permitirme.
Sin darme cuenta llegó el examen. Había
que intentarlo, me decía.
Aguanté la hora, pero estaba tan agotada y
colapsada que mientras recitaba los temas que me habían tocado, todavía me
preguntaba si estaba cantando el tema correcto, ¿me ha tocado la tutela? ¿La
tutela o la adopción? Las malas pasadas de una mente cansada.
Y nuevamente el bloqueo emocional. Tras el
esfuerzo brutal del último mes y el no apto de hacía diez minutos, vino la
mente en blanco, las lágrimas de cansancio, la sensación de flotar a ninguna
parte, de que todo era un sueño, o una pesadilla.
Llegaron las cañas con mis
padres y mi amiga del alma, las conversaciones de todo y de nada para evitar el
silencio. La noche, meterse en la cama del hotel con el corazón en un puño y el
estómago revuelto.
Creo recordar haber leído que tu pareja te compró un perro para que no estuvieras tan sola... Me extraña que no lo menciones en esta entrada donde debería acompañarte...hablas de padres y amiga del alma... Bueno, quizás me excedo en el comentario, perdona si es así.
ResponderEliminarMe quedo con lo de levantarse, reírse y seguir caminando. De eso se trata esta vida.
Gracias por explicar tu experiencia.
No, mi novio no vino porque no le dejé que viniera, la verdad.
ResponderEliminarPara entonces ninguno de los dos vivía en Madrid, que es donde me examiné, y estaba tan nerviosa que preferí que no viniera. De alguna manera me hubiera sentido como con más presión.
De hecho, el pobre vino a A Coruña para darme una sorpresa la primera vez que me examiné y me puse tan nerviosa al verle, que le prohibí que volviera a venir...jejeje
Eso depende de cada uno. Algunos prefieren ir con toda la tropa y yo prefería menos gente. Mi amiga vino porque vivía en Madrid y también opositaba.
No sé, manías de cada uno.